Hará un tiempo atrás unos vascos visitaron nuestro país y a los cuales
atendimos. En la visita al Centro Histórico fuimos por el Barrio Chino y
pasando por el Mercado Central, preguntaron qué tipos de pescados se consumían
en Lima. Entonces pasamos de las palabras a la observación “in situ”. Entramos
al Mercado Central y ahí, en vivo y en directo, vieron las chitas, los
congrios, los lenguados, las corvinas y un sin número de moluscos y mariscos.
El interés por la riqueza y variedad de los productos hidrobiológicos, nuestras
frutas y productos agropecuarios en general no es de ahora. Siempre ha sido
asombro de muchos de los turistas constatar la variedad de sabores y colores
durante toda época del año.
En otra ocasión un grupo de italianos también mostraron su interés por ver
la variedad de plantas medicinales y ante ellos desfilaron las hojas de malva,
de llantén, las macas, la huilla huilla y tantas otras. Lo mismo pasó con
frutos desconocidos para ellos como la guanabana, el aguaymanto, la cocona, el
pacae, la lúcuma y otros.
Con el avance de los centros comerciales, quizás en algún momento no tan
lejano, los mercados distritales darán paso a los malls, stripcenters y
supermercados. Lamentablemente muchos de los comerciantes de esos mercados no
podrán competir con las facilidades de pago y otras que brinda la modernidad;
pero siempre su principal ventaja será el trato familiar, la conversación entre
compra y compra o simplemente el ser considerados como “caseros” (clientes o
proveedores próximos) aunque sea la primera vez que les compremos o nos vendan.
Ese es uno de los encantos que experimenta un turista y eso creemos que no debe
perderse.
Otros mercados son también centro del interés de los turistas que demandan
un paseo de este “tipo”. En Lima, mencionaremos el Mercado de Surquillo y el Mercado de San Isidro, por citar los más
emblemáticos. El admirar los insumos es el primer paso para entrar en el
circuito de la experiencia gastronómica. Luego viene el acercamiento con los
cebiches, la papa a la huancaína, el arroz con pollo, los anticuchos, el pollo
a la brasa, las causas, el cuy chactado, los juanes, las cecinas y tantos otras
exquisiteces.
Luego estos turistas al regresar a sus países, buscan repetir estas experiencias
y se convierten comensales frecuentes de los decenas de restaurantes de comida
peruana que ya existen en las principales ciudades del mundo y con ello, el
círculo virtuoso sigue dando vueltas, pues esos restaurantes requerirán que
exista un flujo de productos peruanos que permitan preparar nuestra
gastronomía.
Todo esto ha posibilitado un sentimiento de cohesión nacional, de orgullo y
te pertenencia. Los antes llamados llanamente “cocineros”, hoy son chefs; los
simples aficionados a la cocina, hoy son llamados gourmets o sibaritas; hoy los
jóvenes quieren estudiar gastronomía y la antigua comida criolla se transformó
en “comida fusión”. Son muy pocos los que hoy no hablan de comida o comentan
sobre la más reciente inauguración de un restaurante de moda.
A ellos se le suma toda la cadena logística que pone en nuestras mesas
hermosas papas o generosos trozos de pescados que luego de ser marinados dan
vida al cebiche. Los anónimos campesinos de nuestros valles altoandinos que
sembraban especies de papas desconocidas, hoy son mencionados en el sinnúmero
de eventos gastronómicos que con frecuencia se organizan.
Para finalizar, mencionaremos a un producto que ha ingresado no hace mucho al
“hall de la fama”: la quinua. Hasta la FAO ha declarado al 2013 como “año
internacional de la quinua”, un milenario cereal andino con más de 3000
variedades y que hasta hace poco era mirado con desdén y hoy todos se “suben al
carro” de su merecida fama de ser un alimento de innegables cualidades
alimenticias.
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