En el último post hicimos un recuerdo del primer viaje que hicimos en Cusco
allá por 1986. A esta crónica queremos complementar con el inicio y
el fin del mismo que concluyó luego de un largo periplo lleno de contratiempos.
Empezamos el viaje en Lima, desde donde partimos por tierra a la ciudad de
Arequipa. Como podrán imaginar la carretera no es lo que es hoy y menos había
buses cómodos como los que circulan por nuestras carreteras.
Llegamos luego de casi 20 horas,, cansados pero con la ilusión de
conocer nuestro país.
Nos recibió un gentil compañero de trabajo que
laboraba en al sucursal del banco donde trabajaba en aquella época. Juan, que
así se llama mi hoy amigo, me alojó en su casa donde compartí con su amigable
familia. En aquella época no había una amplia oferta gastronómica pero habían
muy buenos lugares como la Posada del
Mirador, a donde llegué bordeando a pie el Río Chilina, recuerdo también un
restaurante en el Cercado, cuyo nombre me parece que era “Versalles” donde tomé
una maravillosa "sopa criolla”; ya existía el Manolo con sus exquisiteces y el
bar Romys, al frente de la Plaza San Francisco.
Fui también al Valle del Colca, quizás en un viaje
precursor de los full day. La carretera no estaba asfaltada y el viaje duró
casi todo el día. Realmente fue una locura hacer algo así pero felizmente el
cuerpo joven lo permitía. El vuelo de los cóndores en el mirador “Cruz del
Cóndor" fue espectacular.
Después hice un maravilloso viaje en el tren que
unía Arequipa con Puno. Maravilloso por el cielo estrellado que se veía por las
ventanas de madera de un vagón de “segunda clase”. Viaje inolvidable también por
el frío que sentí (pues no había calefacción). Al llegar a Juliaca después de 9
horas, el tren paró 30 minutos, tiempo suficiente para tomar un emoliente que
se enfrió en un santiamén.
Luego el tren volvió a rodar y llegamos a la
ciudad de Puno casi en una hora y media. Puno entonces no tenía oferta
hotelera. Con decir que el hotel “Ferrocarril” era una de sus máximos
exponentes. Dejé mis cosas en el hotel e hice el paseo a las Islas de los Uros
y a la isla de Taquile, a cuyo pueblo se accedía de ida y de regreso por las
famosas escaleras de piedra; una exigente prueba para cualquier mortal. El
Titicaca no hay duda que me fascinó, tanto como lo sigue haciendo hoy en día.
Pasear por la ciudad en la noche producía una
extraña sensación. Pocas personas transitaban sus calles pasadas las ocho de la
noche. Recuerdo que salí a comer y de regreso al hotel entré a un bar donde
resonaba Led Zepellin y su “Escalera al Cielo”. Pasé momentos muy simpáticos
con gente proveniente de diversos países. Puno siempre ha sido ciudad de encuentro de gente
que transita como turista, entre Perú y Bolivia.
El tramo al Cusco y sus vivencias ya los relaté.
Me queda por decir que opté por regresar por tierra. Casi 36 horas de camino.
Con el toque de queda, con las tranqueras en la carretera por motivo de
seguridad. Nos pasó de todo: casi nos lleva de encuentro un huayco; la llanta
del bus se reventó y no había repuesto; tuvimos que pernoctar en el bus porque
ya no había paso (debido al toque de queda) en la carretera asolada por el terrorismo; al llegar a Puquio casi se desbarranca el bus y para
terminar tuve que dormir en el piso del bus donde regresé pues la unidad donde viajaba inicialmente no
podía continuar y tuve que elegir entre quedarme en Puquio o subirme al primer
bus que pasara. Pasé las alturas de
Pampamarca y Pampa Galera a temperatura casi bajo cero. Llegar a Lima, en el
Puente Primavera, a las doce del día fue como terminar una maratón en la que
uno nunca imaginó participar.
Finalmente y con el paso del tiempo, no importaron realmente tantas incomodidades. Mi
primer contacto con el sur peruano marcó mi vida, tanto que lo recuerdo más
incluso que viajes posteriores con más confort.
Si ustedes amigos y amigas, aún no conocen el Sur
Peruano; no deje de hacerlo¡¡ Es una maravillosa ruta que tiene de todo y para
todos los gustos¡
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