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miércoles, 27 de febrero de 2013

CUSCO HACE 27 AÑOS



Empezamos a viajar por el Perú hace casi 30 años. Mucha agua ha pasado debajo de los puentes. Comenzamos a recorrer sus aún no asfaltadas carreteras y sus vías ferroviarias aún en manos estatales.
No imaginamos ya cómo sería hoy en día, un viaje como aquellos. Llegamos a Cusco luego de un viaje de aventura que comenzó en Puno, conocimos Sillustani; comimos el “cancacho” de Ayaviri, paramos en Crucero Alto; pernoctamos en Sicuani y al día siguiente fuimos en camión hasta Raqchi y de ahí partimos al Cusco con parada previa en Andahuaylillas.

Ya en Cusco nos alojamos en casa de un amigo en la Urbanización Ttio y desde ahí fuimos en una combi hasta la Plaza de Armas. Desde este punto (justo en la puerta de la Catedral) partimos a Sacsahuamán hasta Tampumachay, pasando por Kenko y Puka Pukará; todo ello a pie y regresamos en la tolva de una camioneta.

Al día siguiente recorrimos el Valle Sagrado: Pisac (subimos hasta la parte preinca) y su antiguo mercado y Chinchero, donde almorzamos con el Párroco de la Iglesia local, un antiguo militar franquista. El frío viento aún golpea mis recuerdos.
Otro de éstos que se nos viene en mente, es la ruta que hicimos en el tren que partía de la Estación de San Pedro y unía el Cusco con Quillabamba, parando en Ollanta, Aguas Calientes y en otros puntos. En esa época todos viajaban juntos, cusqueños, peruanos no cusqueños y extranjeros, al lado de bultos y animales. Nunca entenderé por qué ya no hay servicio de tren hasta Quillabamba, ciudad que me trae a la memoria la primera tempestad que experimenté en mi vida.
De regreso de Quillabamba  al Cusco, se me ocurrió parar en Ollanta, sin ningún plan preestablecido. Fue una excelente decisión. Bajamos en la estación y de ahí recorrimos unos 200 metros sin más iluminación que la luz de la luna llena. Ollanta no era, lógicamente, lo que es hoy. Había dos alojamientos, uno de propiedad de un chileno (que era el caro) y otro, la pensión Miranda (el barato) que estaba encima de un horno de pan. En aquellos días, Ollanta era un auténtico pueblito con muros incas, por sus canales transcurrían cristalinas aguas y la oferta gastronómica se reducía a un solo restaurante. Al día siguiente visitamos sus imponentes andenes y tomamos el mejor jugo de naranja que alguna vez haya tomado.

Aguas Calientes era también un pueblito, desordenado, pero con menos negocios que hoy. Me alojé en un Albergue perteneciente a una cadena hotelera estatal. Por aquellos días no habían muchos turistas, era la época del terror y violencia. Sin embargo siempre hubo gente cuyo amor por la aventura era más fuerte que los peligros que podían acecharle. Conocí bastante gente en todo el trayecto, algunos de los cuales vi en algunos viajes que hice a Europa. No era la época de los correos electrónicos ni redes sociales; siendo el único contacto, vía epistolar. Recuerdo con especial nostalgia un restaurante, el AIKO, cuya dueña la vi hará un año en una de las últimas visitas a Aguas Calientes.

Machu Picchu fue siempre, es y será un sitio maravilloso. Lleno de energía y magia. Recorrimos hasta el Puente Inka y el último tramo del Camino Inka (hasta Wiñay Wayna) y al regresar al día siguiente, vimos el hermoso amanecer en el Inti Punku y luego cual cóndores, admiramos Machu Picchu desde la cima del Huayna Picchu.
Cusco aún tenía el Café Ayllu, ya existía el mítico café Extra de Pepelo Romero; su mercado San Pedro era menos ordenado y sus muros incas siempre nos invitaban a recorrer las calles y descubrir esquinas y lugares mágicos. Aún existía el Hotel Cusco que era de la cadena de Hoteles de Turistas, con sus inmensas habitaciones  y sus baños con tina. Recorrimos el barrio de San Blas, comimos en el antiguo restaurante “La Chola” y pasamos divertidas noches en el famoso “Kamikaze”.

Cuantos años han pasado. Hoy Cusco se prepara a recibir más hoteles de todas las categorías, pronto se abrirá el primer Mall y nuevos proyectos habitacionales llegarán con el boom de la construcción.
Esperemos que lo “moderno” no se lleve lo “tradicional”. Ya desapareció el café Ayllu de la Plaza de Armas, La Chola no existe más y las casonas coloniales están a punto de colapsar como las de “7 Cuartones”.
El Municipio Provincial, el Gobierno Regional, el Ministerio de Cultura y los propios cusqueños tienen la palabra.


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