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viernes, 23 de noviembre de 2012

RUTA SUR: HACE 26 AÑOS



Hace 26 años realizamos nuestro primer viaje por el sur del país. “Mucha agua ha pasado bajo el puente”. Fue la peor época que haya vivido nuestra nación. La enorme crisis económica y social unida a un escenario de terrorismo ya generalizado; amenazaba la existencia de nuestro Perú.
En aquella época no había los buses modernos que hay ahora ni las carreteras estaban tan bien asfaltadas, ni los hoteles eran tan confortables menos la oferta de restaurantes que hay ahora.
Partimos de Lima camino a Pisco donde bajamos en la estación de buses en esta ciudad. Recordamos Pisco como una pequeña ciudad pesquera, con la típica Plaza de Armas y una apacible vida. Nos trasladamos en un colectivo hasta Paracas y en una embarcación sin la rapidez ni comodidad de las actuales recorrimos el trayecto a las Islas Ballestas en un tiempo inimaginable hoy o sea casi 4 horas.
Luego de Paracas, fuimos a Ica, Nazca y desde ahí optamos por ir en bus hasta Arequipa. Volvemos a resaltar los tiempos que se empleaban para trasladarse tanto por la velocidad de los buses como porque entonces la carretera estaba casi colapsada. Llegamos a Arequipa y nos alojamos en casa de nuestro amigo el Ingeniero Juan Carpio en la Urbanización Cayma quien nos recibió con una sin par hospitalidad. Recorrimos impresionados sus calles, el convento de Santa Catalina, fuimos a un bar que ya no existe, el “Romys”, en la Plaza San Francisco y caminamos por las orillas del río Chilina hasta “El Labrador”, un restaurante campestre que tampoco existe.
Al día siguiente de nuestra llegada, partimos muy de madrugada al Colca a través de un camino que no era asfaltado. Llegamos hasta Chivay y luego a la Cruz del Cóndor y regresamos  luego de un viaje “matador”, ya muy de noche.
Luego de Arequipa fuimos a Puno en el entonces tren que unía estas dos ciudades. Partimos a las 10 de la noche en un vagón sin calefacción pero a pesar del frío nos deleitamos viendo por sus ventanas el incomparable cielo de sierra. Llegamos a las 6 de la mañana a Juliaca, en donde el tren paraba por unos 30 minutos y aprovechamos la parada para tomar un emoliente, el cual tuvimos que tomar rápidamente para que el gélido frío no lo congelara. Luego de un poco más de una hora llegamos a Puno. Creemos que sin temor a equivocarnos que esta ciudad es la que más ha crecido en términos relativos en el sur. No había un buen hotel y Puno era un poco más que un pequeño pueblo donde destacaba su Catedral.
Recuerdo haber compartido unas copas con un grupo de diversas nacionalidades en un local escuchando Led Zepellin. Esa es una de las ventajas de viajar sin prisas; conocer gente y permanecer sin plazos en lugares que nos son gratos.
El viaje por el Lago Titicaca fue, al igual que en Paracas, largo y en una embarcación muy lenta pero no por ello menos hermoso. Fue nuestro primer “romance” con sus aguas de diversos colores a lo largo del día; verdes, azules y plata.
El camino a Cusco fue pleno de aventura pues lo hicimos en una caseta de un camión que trasladaba pieles de carnero. Nuestra primera parada fue en Sicuani donde pernoctamos. Ahí nos agarró una tempestad que no tenía parangón para un joven citadino como lo era yo. Al día siguiente, ya repuesto de la impresión, volvimos hacer “auto-stop” y un gentil conductor nos traslado primero al imponente Templo de Wiracocha, donde casualmente tenía que parar y luego directo hasta Cusco. Al llegar a la ciudad me dirigí a la Calle 7 Cuartones donde vivía mi hermano y ahí nos alojamos durante la estadía en Cusco.
Muchos lugares ya no existen como el Hotel Cusco, el café Ayllu o la picantería La Chola. La Estación de San Pedro era uno de los lugares más concurridos por los turistas y el Mercado San Pedro no era visitado sino por cusqueños que hacían ahí sus compras. Un lugar que se mantiene hasta ahora es el Café Extra, en ese entonces aún atendido por su propietario, el legendario Joselo. El Kamikaze era el lugar favorito de los amantes de la música y destacaba por su diversa clientela de todas partes del mundo.
En aquella oportunidad caminamos desde la Plaza de Armas hasta Tampumachay y regresamos en una camioneta pickup descubierta. El Valle Sagrado lo recorrimos gracias a la gentileza de un amigo de mi hermano; a pesar de la poca comodidad y la casi nula oferta de servicios; Chinchero, Pisac y Ollanta eran apacibles lugares mucho más auténticos de lo que son ahora. El Mercado de los Jueves en Pisac era un lugar donde se intercambiaban productos y con calma se podía subir hasta las ruinas preincas que están en la parte alta. Chinchero era un pueblito de muy pocos habitantes en donde la hospitalidad del Párroco nos permitió almorzar un menú incomparable.
Luego de algunos días de estadía en Cusco, partimos en el tren local a Aguas Calientes, dicho sea de paso era el único tren donde peruanos y extranjeros compartíamos el viaje junto con bultos y animales. Aguas Calientes era un apacible pueblo que tenía un Albergue que era propiedad del Estado. El tren sobre paraba para que bajarán los turistas y luego seguía su camino hasta Quillabamba. Recuerdo con mucha nostalgia un restaurante llamado Aiko donde tomé la “sopa criolla” más rica que haya tomado alguna vez. Pasamos la noche ahí escuchando a Carlos Santana, tomando unos “Cuba libres” y compartiendo con otros turistas.
Al día siguiente partimos a pie muy temprano hasta la ciudadela, la recorrimos muy temprano con amenaza de lluvia y subimos al Huayna Picchu, desde donde contemplamos la ciudadela cual cóndores.
Luego de Machu Picchu fuimos a Quillabamba, la tierra del café y del eterno calor  y al regreso tuvimos la gran idea de bajar en Ollanta, entonces un auténtico pueblito inca. Pernoctamos en el hostal Miranda, en cuya planta baja había un horno de pan, que daba calor en las noches.
Permanecimos hasta el día siguiente ahí y luego partimos de regreso a Cusco donde tomamos nuestro vuelo de regreso a Lima en la antigua compañía Aeroperú.
Un viaje inolvidable que nos trae cientos de hermosos recuerdos. No siempre la modernidad de hoy es mejor. Los lugares eran más auténticos y la vida más apacible; algo que hoy es casi ya imposible de encontrar. Sin embargo hoy nos trasladamos más rápido y hay una gran oferta de servicios en esta ruta. Lo ideal sería encontrar el justo medio, punto difícil de hallar.
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