Hace 26 años realizamos nuestro primer viaje por el sur del país. “Mucha
agua ha pasado bajo el puente”. Fue la peor época que haya vivido nuestra
nación. La enorme crisis económica y social unida a un escenario de terrorismo
ya generalizado; amenazaba la existencia de nuestro Perú.
En aquella época no había los buses modernos que hay ahora ni las
carreteras estaban tan bien asfaltadas, ni los hoteles eran tan confortables menos la oferta de restaurantes que hay ahora.
Partimos de Lima camino a Pisco donde bajamos en la estación de buses en
esta ciudad. Recordamos Pisco como una pequeña ciudad pesquera, con la típica
Plaza de Armas y una apacible vida. Nos trasladamos en un colectivo hasta
Paracas y en una embarcación sin la rapidez ni comodidad de las actuales recorrimos
el trayecto a las Islas Ballestas en un tiempo inimaginable hoy o sea casi 4
horas.
Luego de Paracas, fuimos a Ica, Nazca y desde ahí optamos por ir en bus
hasta Arequipa. Volvemos a resaltar los tiempos que se empleaban para
trasladarse tanto por la velocidad de los buses como porque entonces la
carretera estaba casi colapsada. Llegamos a Arequipa y nos alojamos en casa de nuestro
amigo el Ingeniero Juan Carpio en la Urbanización Cayma quien nos recibió con
una sin par hospitalidad. Recorrimos impresionados sus calles, el convento de Santa
Catalina, fuimos a un bar que ya no existe, el “Romys”, en la Plaza San
Francisco y caminamos por las orillas del río Chilina hasta “El Labrador”, un restaurante
campestre que tampoco existe.
Al día siguiente de nuestra llegada, partimos muy de madrugada al Colca a
través de un camino que no era asfaltado. Llegamos hasta Chivay y luego a la
Cruz del Cóndor y regresamos luego de un
viaje “matador”, ya muy de noche.
Luego de Arequipa fuimos a Puno en el entonces tren que unía estas dos ciudades.
Partimos a las 10 de la noche en un vagón sin calefacción pero a pesar del frío
nos deleitamos viendo por sus ventanas el incomparable cielo de sierra.
Llegamos a las 6 de la mañana a Juliaca, en donde el tren paraba por unos 30
minutos y aprovechamos la parada para tomar un emoliente, el cual tuvimos que
tomar rápidamente para que el gélido frío no lo congelara. Luego de un poco más
de una hora llegamos a Puno. Creemos que sin temor a equivocarnos que esta
ciudad es la que más ha crecido en términos relativos en el sur. No había un
buen hotel y Puno era un poco más que un pequeño pueblo donde destacaba su
Catedral.
Recuerdo haber compartido unas copas con un grupo de diversas
nacionalidades en un local escuchando Led Zepellin. Esa es una de las ventajas
de viajar sin prisas; conocer gente y permanecer sin plazos en lugares que nos
son gratos.
El viaje por el Lago Titicaca fue, al igual que en Paracas, largo y en una
embarcación muy lenta pero no por ello menos hermoso. Fue nuestro primer “romance”
con sus aguas de diversos colores a lo largo del día; verdes, azules y plata.
El camino a Cusco fue pleno de aventura pues lo hicimos en una caseta de un
camión que trasladaba pieles de carnero. Nuestra primera parada fue en Sicuani
donde pernoctamos. Ahí nos agarró una tempestad que no tenía parangón para un
joven citadino como lo era yo. Al día siguiente, ya repuesto de la impresión,
volvimos hacer “auto-stop” y un gentil conductor nos traslado primero al
imponente Templo de Wiracocha, donde casualmente tenía que parar y luego
directo hasta Cusco. Al llegar a la ciudad me dirigí a la Calle 7 Cuartones
donde vivía mi hermano y ahí nos alojamos durante la estadía en Cusco.
Muchos lugares ya no existen como el Hotel Cusco, el café Ayllu o la picantería
La Chola. La Estación de San Pedro era uno de los lugares más concurridos por
los turistas y el Mercado San Pedro no era visitado sino por cusqueños que
hacían ahí sus compras. Un lugar que se mantiene hasta ahora es el Café Extra,
en ese entonces aún atendido por su propietario, el legendario Joselo. El
Kamikaze era el lugar favorito de los amantes de la música y destacaba por su diversa
clientela de todas partes del mundo.
En aquella oportunidad caminamos desde la Plaza de Armas hasta Tampumachay
y regresamos en una camioneta pickup descubierta. El Valle Sagrado lo
recorrimos gracias a la gentileza de un amigo de mi hermano; a pesar de la poca
comodidad y la casi nula oferta de servicios; Chinchero, Pisac y Ollanta eran
apacibles lugares mucho más auténticos de lo que son ahora. El Mercado de los Jueves
en Pisac era un lugar donde se intercambiaban productos y con calma se podía
subir hasta las ruinas preincas que están en la parte alta. Chinchero era un
pueblito de muy pocos habitantes en donde la hospitalidad del Párroco nos
permitió almorzar un menú incomparable.
Luego de algunos días de estadía en Cusco, partimos en el tren local a
Aguas Calientes, dicho sea de paso era el único tren donde peruanos y
extranjeros compartíamos el viaje junto con bultos y animales. Aguas Calientes
era un apacible pueblo que tenía un Albergue que era propiedad del Estado. El
tren sobre paraba para que bajarán los turistas y luego seguía su camino hasta
Quillabamba. Recuerdo con mucha nostalgia un restaurante llamado Aiko donde
tomé la “sopa criolla” más rica que haya tomado alguna vez. Pasamos la noche
ahí escuchando a Carlos Santana, tomando unos “Cuba libres” y compartiendo con
otros turistas.
Al día siguiente partimos a pie muy temprano hasta la ciudadela, la
recorrimos muy temprano con amenaza de lluvia y subimos al Huayna Picchu, desde
donde contemplamos la ciudadela cual cóndores.
Luego de Machu Picchu fuimos a Quillabamba, la tierra del café y del eterno
calor y al regreso tuvimos la gran idea
de bajar en Ollanta, entonces un auténtico pueblito inca. Pernoctamos en el
hostal Miranda, en cuya planta baja había un horno de pan, que daba calor en
las noches.
Permanecimos hasta el día siguiente ahí y luego partimos de regreso a Cusco
donde tomamos nuestro vuelo de regreso a Lima en la antigua compañía Aeroperú.
Un viaje inolvidable que nos trae cientos de hermosos recuerdos. No siempre
la modernidad de hoy es mejor. Los lugares eran más auténticos y la vida más
apacible; algo que hoy es casi ya imposible de encontrar. Sin embargo hoy nos
trasladamos más rápido y hay una gran oferta de servicios en esta ruta. Lo
ideal sería encontrar el justo medio, punto difícil de hallar.
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